REVISTA FÉNIX | Nro. 7


Sumario: Abril 2000



1| PALABRA EN EL TIEMPO
Autor
Título
Pablo Anadón
Retrato del poeta neovanguardista (poesía, traducción y política, según Edoardo Sanguineti
2| POESÍA
Autor
Título
Santiago E. Sylvester
| Deán Funes | Santo Domingo de Silos | La Rambla | Avenida de Mayo | Charcas y Paraná | Reunión en el muelle | Plaza San Martín | Algarve | Fragueiro | Madison Square Park | Ciudad universitaria |
Cristina Piña
| Sitio | Informe desde el frente | Bajo la metralla | Rumor de retirada | Último parte de campaña | Epitafio general |
Pablo Anadón
3| ESCRITURAS
Autor
Título
Alejandro Bekes
Unas pocas palabras verdaderas
4| LA TRADUCCIÓN POÉTICA
Autor
Título
Rodolfo Modern
Paul Celan
Paul Celan
(versiones de Rodolfo Modern)
| Tarde y hondo | Rompiente | Las luminosas | Ella peina su pelo | Rejas del habla |
Juan José Hernández
Cinco poemas de René Guy Cadou
René Guy Cadou
(versiones de Juan José Hernández)
| Siempre he vivido... | Sobre todo, de noche... | Pasaje de ida | La tristeza | Quien entra por azar |
5| PIEDRA DE TOQUE
Autor
Título
Elisa Molina / Jorge Andrés Paita
Dos lecturas de la poesía de Rodolfo Godino a propósito de su último libro (Rodolfo Godino)
Cristina Piña
El sesgo de una mirada (Noé Jitrik)
Pablo Anadón
El arte de la interrogación (Alejandro Bekes)
Grageas orientales de banalidad latinoamericana (Mario Benedetti)
Ricardo H. Herrera
Parábola de una poesía (Susana Cabuchi)
Roberto Daniel Malatesta
Celebración y denuncia (Beatriz Vallejos)
José Luis García Martín
Noticias de la poesía española (Felipe Benítez Reyes, Rafael Lasso de la Vega, Jesús Beades, Amalia Bautista, José Luis Parra)


2


POESÍA

Por Pablo Anadón

La mesa de café


I have measured my life with coffee spoons...
                                                     T. S. Eliot

1


Aquí registro lo que una mañana
Cualquiera, mira un hombre
Cualquiera, con asombro
O indiferencia, desde la ventana
De un café. Allá en lo alto, la maraña
De cables y letreros y la sombra
Lejana de una cruz; en la penumbra
De abajo, la costumbre provinciana
Del lustrador, curvado sobre un pie
Displicente; los pliegos del periódico
Que ennegrecen los dedos y la mente;
La calle, el tedio hipnótico del tráfico;
El vidrio, moscas y el perfil ausente
De un hombre que es apenas lo que ve.


3


Cortar con lentitud el sobre
De azúcar, como si en el gesto
Se saboreara ya la cándida dulzura;
Girar la cucharita, suavemente,
Como si de verdad con ella se quisiera
Medir la propia vida
En el líquido oscuro
Antes de hacerlo desaparecer
A sorbos; encender
Un cigarrillo y contemplar
La brasa que consume la blancura
Del papel, la brevísima
Incandescencia, la ceniza
Que crece y se sostiene desesperadamente
Al filo de la loza; abrir un libro
Y leerlo con la misma atención
—Morosa, distraída, ensimismada—
Con que los ojos siguen las absortas
Letras del humo sobre el aire;
Dispersar como un mazo
De naipes el espíritu en la hora
Silenciosa y al vuelo recogerlo
Con mano de tahúr; sacar
Libreta y lapicera y escribir
Lo poco que la vida le presta a la palabra.


Después, pagar, salir
Otra vez a la calle.


5


Estas vidas gastadas,
Consumidas y oscuras como un fósforo
Tirado en la vereda —y nadie
Pensaría que alguna vez brilló—,
Mira desde una mesa de café.
Aquí la vida se parece a un sueño
Soñado por la muerte.


Por un ojo con luz,
Diez bocas apretadas.
Por un cuerpo que canta,
Diez contrahechos.


Mira y escucha, aprende
A ser una hoja más
Del remolino.


6


El mediodía límpido
Y ventoso, allá afuera, allá en lo alto,
Y en las calles el tráfico
Donde la vida es una rueda
Deslumbrante y abstracta:


Hoy la mira girar en el vacío
Desde su mesa de café
Tratando de captar en el destello
De un ojo, o un gesto, o una silueta,
Lo que se lleva adentro
Igual a un sol o un cáncer.


Ansioso de existencia,
Con su pequeña luz, su sorda
Muerte, contempla el día tras el humo
Que va desde su labio al mundo
Mejor que las palabras,
Lo azula y vela
Sólo un instante, y se disipa.


Así querría
Que su ser fuera igual a su mirada,
O ese soplo
Que estuvo en la penumbra
Sanguínea de su pecho
Y ahora es irisado
Aire de todos y de nadie.


9


Y ahí está, nuevamente, todavía,
Frente a una taza de café, dudando
Si era ésa la vida que quería.
Diga que sí o que no, fumando
La decisión se irá como un hilillo
De humo sutil, azul, distante
Y quedará en su mano la ceniza
(Su vida se parece a un cigarrillo
Que se consume solo, interrogante).
Afuera, el sol, la plaza, la sonrisa
De una mujer que pasa ensimismada
Dicen que sí, tal vez, que nada
Sino polvillo gris y aire azulado...
Y en la lengua el sabor del café helado.


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*

Voces

a Clementina Flores

Viudita, reinamora,
Corbatita, zorzal,
Urraca, rey del bosque, mirlo,
Nombres en bocas que besaron
Nuestra frente y ahora no son nada,
Nombres que hoy no podemos murmurar
Cuando una rama se estremece o un silbo
Se asoma entre el follaje...
                                                 Voces
Que han huido también de nuestra mente
Inhóspita, terraza hacia el vacío.


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*

Noche con luna

La luna está en el cielo todavía...
                      Jorge Luis Borges

Ya nadie sale al patio de la casa
Para mirar la luna. Claramente,
Ese disco callado no compite
Con la pantalla por donde habla el mundo.
Ni siquiera, en su azogue
Monótono, encontramos una sombra
De nuestra vida o nuestro pensamiento.
Esta noche he salido
Con mi hija en los brazos:
Sus ojos se han cerrado
Lentamente, debajo del gran párpado
Y su pupila absorta, ciega, pura.
Me he quedado una hora mirándola dormida.
La muerte, he comprendido, es madre
También de la sabiduría,
Esa tristeza que es amor, piedad
De silenciosa luz
Sobre las sombras de los hombres
En sus casas cerradas, con destellos azules.


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*

Interior invernal


I


Allí está, como antes se decía,
Al amor de la lumbre
Y del calor del fuego. Afuera llueve
Y él, como siempre, o casi siempre, está
Leyendo. Entre el allegro y el adagio
De un concierto barroco, vagamente
Retumba el lavarropas a lo lejos
Punteado por el lento pizzicato
Que gotea en el baño. Ya los niños
Duermen. Ella ha viajado.


II


La calidez y el resplandor del fuego,
La música que suena y es apenas
Oída, y sin embargo impregna como
El olor de la leña de algarrobo
En la penumbra de la habitación.
Debajo de la lámpara hay un hombre
Con los pies casi adentro de la estufa
Donde unas brasas entrecierran
Sus párpados. Ya lee las últimas palabras
De la noche: tan sólo
Un poco más de poesía
Que entibie todavía unos minutos
El ánima aterida,
La mente escalofriada,
El músculo que bate allá en el fondo
Como el tambor del lavarropas
A oscuras, en la casa silenciosa.


Todavía un instante, la blancura
Tiznada del hogar
Con los rescoldos de algún alma
Que ardió en las letras negras de la página,
Un puñado de brasas
Para extender las manos
Y llevarse a la cama la memoria
De esa cálida lumbre que se apaga.


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*

La luz de la cocina en la mañana

La luz de la cocina en la mañana
Cuando la casa aún está a oscuras
Y todos duermen, y en los vidrios
El día es un presentimiento
Parecido a la espera o la añoranza.


La luz de la cocina cuando el sol aparece
Anaranjado entre las ramas negras
Y las flores celestes del jacarandá,
Y el hombre hace el café, hojea un libro,
Se asoma al patio y piensa


Que es posible que llueva,
Que ya casi es la hora
De despertar a su mujer, que hay ropa
Tendida de la soga, que el silencio
Con olor a humedad le recuerda su infancia,
Que la vejez se acerca
Y el poema se aleja
Y aún no sabe vivir.


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Las flores del lapacho

Alguien te hablaba, hoy, de los lapachos
En flor. Ya suben,
Violetas, por la tarde
Como novias de un cuadro de Chagall.
Ahí estás, en el banco de una plaza
De tu país, abriendo
La palma de los ojos
A ver si algo les deja
Una moneda de alma.
Debe haber terminado la misa de las ocho
Porque ha pasado, lentamente,
Un cortejo de hombros encorvados
—¿Hacia dónde?—.
                                     Piedad por esa estela
De colonia, de ausencia, de cansancio,
Piedad de mí, de vos, de nuestros hijos
Que un día velarán nuestro silencio
Y arrastrarán sus pasos
Por alguna otra plaza... Como un dios
Que se ha sentado al borde del camino
La sombra de lo eterno
Se remansa en el aire donde tocan
De nuevo las campanas.
                                              Para todos
Vuelan lejos las flores del lapacho.


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*

Niña del unicornio de cristal

(Al pie de una página
de Tennessee Williams)

Lo que daría por soñar tu sueño,
Niña del unicornio de cristal,
Porque también a mí me acompañara
La luz, tu luz, imaginaria, sola
Verdad que nos asiste en este mundo;
Lo que daría por mirar tus ojos
A través de la astilla
Translúcida, quebrada de la frente,
Por respirar los pétalos de sus rosas azules,
Niña dueña del sueño,
Lisiada, tenue niña.


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*

Hostal Hispania

Aquí, en la galería
Sombreada del Hostal Hispania
Que da a las sierras verdes y azules del oeste,
Venía a leer los diarios del domingo,
Tomar café, fumar y estar
Como un viejo que habla con sus muertos
En relativa paz conmigo mismo.
El mundo crepitaba en las noticias,
Pero también los pájaros, los pinos,
Las lomas, la palmera, el sol, las ráfagas
De lluvia o viento sur o soledad
Eran el mundo dentro de la mente.
Aquí no ponen música,
No se escucha la radio. A esta Arcadia
—Como mi amigo Bekes la llamaba—
Venía a leer Musil, Machado, Wilcock
Estos últimos meses... Ahora traigo
Los libros, traigo el diario
Y ni siquiera hojeo, ya por vicio
Absurdo, el suplemento literario.
Ahí ha quedado, intacto
Sobre el plástico blanco de la mesa,
Ese tomito verde con poemas
De Francis Jammes, regalo de Granada.
Fumo, y el cigarrillo
Se me consume solo entre los labios
O al borde del pocillo
Y el paisaje es apenas un lugar
Donde posar los ojos por un rato.
Pero mejor diría que todo esto
A cada instante se convierte
En metáfora de algo, de otra cosa
Que yo no sé muy bien qué significa
En mi vida, pero es
Pura presencia con su ausencia pura.


Aquí venía a estar
En paz conmigo mismo.
Ya no tengo sosiego.


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5

PIEDRA DE TOQUE

Por Pablo Andón
Grageas orientales de banalidad latinoamericana
Mario Benedetti, Rincón de Haikus,
Seix Barral, Buenos Aires, 1999


Cansado, tal vez, de la facilidad de su poesía anterior, Mario Benedetti se ha propuesto en este nuevo libro medirse con los rigores de la "severa pauta silábica" del haiku. Nos dice, en efecto, en la "Nota previa" a las 224 (doscientas veinticuatro) composiciones que ha creado y cobijado en su Rincón de Haikus: "Encerrar en 17 sílabas (y, además, con escisiones predeterminadas), una sensación, una duda, una opinión, un sentimiento, un paisaje, y hasta una breve anécdota, empezó siendo un juego. Pero de a poco uno va captando las nuevas posibilidades de la vieja estructura. Así la dificultad formal pasa a ser un aliciente y la brevedad una provocativa forma de síntesis".
    En esa misma nota, además de informar y reiterar para el lector olvidadizo, en no menos de diez ocasiones, que la "rígida combinación" consta de tres versos de 5, 7 y 5 sílabas, el escritor de la Banda Oriental confiesa que ya considera "como un envase propio" a esta forma poética renovada y llevada a su plenitud estilística por Matsuo Basho en el siglo XVII, "aunque mi contenido —se apresura a advertir, por las dudas de ser confundido con un poeta de sandalia y kimono— sea inocultablemente latinoamericano".
     Es una lástima, realmente, que en su larga frecuentación de los senderos de esta estrofa áurea de la lírica del Japón (frecuentación de la que queda constancia también en dicha "Nota previa", donde el visitante curioso del Rincón de Haikus podrá enterarse incluso de la infaltable tesis sobre el tema en la Universidad de Illinois), Benedetti no se haya dejado empapar, o al menos rociar, por la suprema gracia y el delicado don de sugerencia que es parte del espíritu de la escritura en forma de haiku. En efecto, el resultado de su experiencia con "la clásica estructura del 5-7-5" no difiere demasiado, como él mismo observa, de sus restantes obras de poesía. Pareciera, así, que si las medidas hubieran sido diversas de las del "5-7-5" famosas, si hubieran sido por ejemplo (decimos al azar) de 3-1-3 ó de 9-6-9, el poeta se las habría ingeniado igualmente para introducir en ellas su inalterable contenido. De hecho, la síntesis no ha ayudado a sutilizarlo, sino apenas a dosificarlo, como el lector puede paladear en esta breve muestra (gratis) que le ofrecemos: "los premios póstumos / se otorgan con desgana / y algo de lástima" (Haiku Nº 6); "y al laureado / no se le mueve un pelo / allá en su nicho" (7); "en plena noche / si mis manos te llaman / tus pechos vienen" (40); "la novia piensa / en sábanas en tules / y en otro estreno" (79); "te espero en tierra / me dijo la azafata /pero no vino" (106); "bueno sería / que las mafias se fueran / a otro planeta" (113), "reveló el papa / que no hay cielo ni infierno / vaya noticia" (164); "el viejo Sócrates /fue obligado a beber / cicuta cola" (180); "narciso el nene /pidió a los reyes magos / un espejito" (185); "qué linda época / aquella en que decíamos / revolución" (198); "nada conforta / como una teta tibia / o mejor dos" (217), etc.
     Como un paradójico Rey Midas de la posmodernidad, todo lo que Benedetti toca con la punta de sus versos se transforma en banal. Si el haiku se diría nacido de una extrema intimidad y confidencia con la "soledad sonora" del silencio —para el poeta uruguayo en cambio "hay pocas cosas / tan ensordecedoras / como el silencio" (16). Si el haiku se ha nutrido desde siempre de una atención finísima hacia las transformaciones de la naturaleza, que es lo único que lograría explicar milagros de la percepción poética como estos versos de Basho: "Aroma del ciruelo /y de pronto el sol sale:/ senda del monte", o estos otros de Buson: "Blanco rocío. / Cada púa en la zarza / tiene una gota" —nuestro Mario Benedetti en cambio opina: "el bosque crea / nidos juncos en fin / vocabulario" (142). Si el haiku obtiene gran parte de su encanto de la sugestión evocadora, donde lo dicho es apenas una insinuación de lo callado, que puede dar palabras como éstas de Chiio (y consideremos, con todo, que estamos leyendo traducciones): "Al que la corta /le otorga su perfume: /flor del ciruelo", o la exclamación de Sute: "¡Ah, qué caliente / la piel de una mujer, / la piel que esconde!" —nuestro cantor latinoamericano preferirá en cambio "follar coger /fornicar aparearse / cuántos sinónimos" (205).
    En fin, quizá la grieta fundamental de donde nace el precipicio que divide la poesía en haiku de estas opiniones, anécdotas, bromas, etc. en "envase" de 5-7-5, pueda advertirse con nitidez en los siguientes textos, uno de Issa y el otro del Rincón de Haikus. Dice Issa: "En este mundo/encima del infierno/viendo las flores". Y Benedetti: "sé que el abismo / tiene su seducción/yo ni me acerco" (149).

Pablo Anadón





 
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